SEÑORITA MARÍA DEL ROSARIO ARREVILLAGA ESCALADA
SEÑORITA MARÍA DEL ROSARIO ARREVILLAGA ESCALADA

LIGEROS DATOS HISTÓRICOS DE LA ADVOCACIÓN DE MARIA EN SU DIVINA INFANCIA. MÉXICO 1840

 

 

      En el convento de san José de Gracia de esta Capital, había una comunidad de monjas Concepcionistas y entre ellas, una leguita llamada Sor Magdalena de san José. Era en este siglo, una señorita distinguida, ilustrada y rica, que por humildad entró de lega, cediendo su dote para otra que fuera de coro.

 

      El día de los Santos Reyes del año 1840, fue a hacer oración ante el belén; adorando al niño Dios le vino al pensamiento: ¿Porqué a la Santísima Virgen, no se le celebra con cánticos de alegría como al Niño Jesús? , y estando embelesada con esta idea vio como oscilando en el aire a la divina Infantita recostadita y vestida como reina (tal como está la imagen nuestra), al mismo tiempo entendió que le decía: “CONCEDERÉ  AL QUE ME HONRE EN MI INFANCIA, CUANTAS GRACIAS ME PIDIERE, PORQUE ES UNA ADVOCACIÓN MUY OLVIDADA”.  Hondamente impresionada, la madre Magdalenita sólo deseó, empezar a darle culto y para ello, tener una imagen tal como ella la había visto.

     Comunicó a la Abadesa, Sor Guadalupe de san Lorenzo, cuanto le había pasado en la oración, y sus vehementes deseos de cumplir lo que la Santísima Virgen le había dicho. Solicitó el permiso de mandar hacer la imagen, pero la madre no se lo dio, ni manifestó interés alguno, oyéndola con indiferencia, tal ves para probarla, pues si era cosa de Dios, ya insistiría hasta conseguir su intento.

      Así lo hizo una y muchas veces, hasta que un día, barriendo la sacristía, se encontró la cabecita de un ángel que había sido colateral de una custodia y se había roto. Llevó la cabecita a la madre Abadesa, rogándole mucho que le diera permiso de mandar hacer la imagen con ella. Se concedió y mandó llamar al escultor, al cual le explicó cómo había de ser la imagen, para que fuera como ella la vio en la oración. Por muy bajo precio se la hizo y resultó bonita y al tamaño natural de un niño chiquito.

      Llena de fervor y de inmensa alegría, comenzó a darle culto, y la venturosa y privilegiada devoción de la madre Magdalenita crecía y se extendía rápidamente y también se lograban mercedes, y favores extraordinarios.

 

      Para confirmar el beneplácito del Altísimo, necesaria era la contradicción y ésta vino por parte de la Autoridad Eclesiástica, la cual prohibió ésta nueva devoción. La religiosa, como dijimos al principio, era una señorita de alta posición e influencia social, acudió a Roma, alcanzando de su Santidad, el Papa Gregorio XVI, no sólo que aprobara la devoción, sino que la enriqueciera con indulgencias. Se imprimieron novenas, oraciones, triduo, día ocho y otras devociones, como el Oposculito para imponer la cadena y consagrarse esclavos de la divina Infantita de María, el cual está indulgenciado por varios señores Obispos.

 

      Hizo la divina Niña por medio de ésta primera imagen,  muchos milagros:   entre  otros    la conversión de un gran pecador y haber recobrado la vista, una niña ciega.

 

      La madre Magdalenita, era sencilla como una niña, y loca de amor por su divina Niña, le hacía unas demostraciones de amor verdaderamente infantiles. Junto a su celda, puso otra para la Niña con un letrero por fuera que decía: “Celda de la divina Infantita”. En ella le tenía juguetes, dulces, flores, etc. , mil primores como si la imagen fuera una niña viva. Le hacía sus novenas con gran solemnidad, y en su fiesta principal, la Natividad, el 8 de Septiembre, celebraban de pontifical los Sres. Obispos. Para todo esto, necesitaba dinero, que adquiría haciendo primores que rifaba o regalaba a personas ricas que le daban cuantiosas limosnas.

    

 

 Sólo referiré un caso muy gracioso en que se ve la mano de Dios que así manifestaba ser de su agrado esta nueva y tierna devoción. Llegaba el día de la Natividad de la Santísima Virgen y la monjita no tenía dinero para comprar un vestidito nuevo a su Niña y se le ocurrió ésta idea: poner una jaula en la ventana con la puerta abierta, pidiéndole a la divina Infantita que entrara un pajarito, para mandárselo de regalo a un amigo de quien esperaba alcanzar de él una limosna suficiente para el vestido; efectivamente el pajarito entró y cantaba primorosamente; la monjita lo puso en una jaula nueva muy adornada y se la mandó al Señor su amigo con la esquelita correspondiente pidiendo la limosna. El caballero envió inmediatamente una onza de oro a la madre Magdalenita con cuya cantidad pudo hacer el nuevo traje de su Reinita adorada.    

      El misterioso pajarito que tenía encantados a todos en la casa de aquel buen señor con sus armoniosos cantos, desapareció de la jaula cuando menos pensaron.

 

      El culto crecía, los devotos aumentaban, cuando Ntro. Señor llamó para sí, a la fervorosísima y virtuosa M. Sor Magdalena de san José, en el año de 1859 a la edad de 69 años.

      En los últimos días de su vida, llamó a la M. Sor  Guadalupe de san Lorenzo, (la superiora a quien todas llamaban la madre Guadalupita), y le rogó con todas las veras de su alma, que se encargara de seguir fomentando el culto y devoción a la divina Infantita. Esta religiosa deseaba cumplir aquella misión que le dejaba su queridísima hija, Sor Magdalena. Pero como los designios de Dios eran otros, transcurrieron más de 20 años sin que se  pusiera hacer nada, quedando sepultados en el olvido, la devoción y culto que tan en creciente iban en el año de 1859.

 

      La madre Guadalupita no estaba tranquila sin cumplir el encargo que, en artículo de muerte, le había hecho Sor Magdalena, y para cumplirlo discurrió mandar hacer una imagen pequeñita para colocarla en una urna, que pudiera llevarse fácilmente de visita a los devotos, para ver si por este medio renacía la devoción y se le volvía a dar culto a la divina Infantita. El escultor encargado de hacerla, tenía empezado un Niño Jesús y siguió el trabajo convirtiéndolo en aquella imagen de la Niña que le encargó la madre Guadalupita. No quedó bonita, y al verla Sor Guadalupe no quiso mandarla a las visitas; la guardó en su ropero y no volvió a ocuparse de ello. De esta manera terminó la primera etapa de esta devoción en México.

 

      Mientras la devoción y el culto fueron desapareciendo hasta quedar extinguidos, nació la santa que había de sacarlo de la tumba del olvido, para extender por todo el mundo la gloria y el amor de la encantadora Reinita, delirio de sus sueños y locura de su amor.

 

      Al año siguiente del fallecimiento de la M. Sor Magdalena, el día 12 de Noviembre de 1860, nació una niña que con toda propiedad podría llamarse hija del rosario, porque sus piadosísimos padres, para pedirle a Dios esta hija, se levantaban todas las mañanas a las 4  a rezarlo, con la firme esperanza de obtener dicha gracia, que pedían por habérseles muerto una niña que se llamaba Nicolasita.

      Su padre fue Don Marcos Arrevillaga y su madre Doña Guadalupe Escalada. Al bautizarla le pusieron por nombre Rosario, como era justo, y la niña correspondió tan perfectamente a la devoción de sus padres, o más bien a los designios de Dios, que a la edad de 3 años ya sabía rezarlo y fue su devoción predilecta de tal manera que se puede asegurar que vivió y murió rezándolo. (Sin decir mentira). Durante su vida a parte del tiempo que tenía designado para rezar el rosario de 15 misterios, lo rezaba yendo y viniendo por la calle, en el tiempo que tenía que esperar para que la recibieran las personas a quienes buscaba con motivo del culto a la divina Infantita; durante el tiempo que alguien estaba platicando, ella contando con un rosario chiquito debajo de su capelo, disimuladamente lo estaba rezando; se acostaba a dormir rezándolo y aún dormida decía el Ave María. Y en su última enfermedad cada día rezó, la última semana de su vida 10 horas.

       Desde pequeñita amó a la Santísima Virgen, todas sus advocaciones le gustaban, pero ninguna llenaba su corazón; la que la atraía un poco más era La Inmaculada, dejándole siempre un vacío.

 

       Cuando llegó a la edad de los 19 años tuvo ocasión de conocer y tratar a aquellas Concepcionistas de San José de Gracia, por medio de una amiga muy virtuosa que la llevó para que cantara en las profesiones y tomas de hábito, pues, hay que advertir, que por las leyes de reforma habían enclaustrado a las monjas que vivían en casas particulares, en grupos muy numerosos a escondidas del gobierno, y por eso en sus fiestas y ceremonias solo invitaban a personas reconocidas por su piedad y de toda su confianza.

 

       Cuando la señorita Rosario Arrevillaga a quienes quisieron mucho las monjitas y llegaron a tenerle absoluta confianza, conoció la imagen de la divina Infantita (aquella que mandó hacer la madre Magdalena) que estaba en un pasillo con una lámpara y adornada con flores, exclamando llena de emoción y besándola de rodillas: ¡así es como llena mi corazón! (esta ya no fue en San José de Gracia, sino en la casa en que esas monjitas vivían escondidas en la calle del Reloj).

     

       Desde ese momento en que la señorita Rosario conoció a la divina Infantita, ella la veneraba, cuidaba la lámpara, le ponía flores, la mimaba y acariciaba como si fuera una niña de carne. Las monjitas veían aquella devoción y locura de amor cada día en creciente de la niña Rosario (como ellas de decían) y pensó la madre Guadalupe regalarle, el día de Nuestra Señora del Rosario la imagencita pequeña que mandó hacer poco después  de morir la madre Sor Magdalenita y que por fea no le gustó, guardándola en su ropero en el momento en que el escultor se la entregó y por lo mismo hasta sin vestir. Esto fue así: era el mes de Octubre, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario se acercaba o acababa de pasar. Rosarito fue como de costumbre,  entró hasta donde estaban reunidas las monjitas, pues para ella no había clausura.

 

       Su nanita (así le decía a la madre Guadalupita) le dijo: “Rosarito, ve a mi celda y encontrarás en mi ropero una cosa, que quiero que digas con franqueza si te gusta para regalártela de  cuelga. (así se le llama en México a los regalos que se dan el día del onomástico).

 

       Fue Rosarito al ropero y encontró la imagencita que por fea no quiso la madre Guadalupita. La cogió y, como si hubiera sido hermosa, empezó a decirle requiebros, a besarla y abrazarla, así llegó con ella al refectorio loca de alegría y en tono de broma comenzó a decir cosas que parecían irrealizables, pero con el tiempo se vieron realizadas. Las monjas se reían y le decían: “Anda niña, vete a acabar de chiflar a tu casa”. Ella se fue con su tesoro, loca de veras de puro amor a la divina Infantita a su casa, y desde ese momento comenzó a andar un camino de verdadero calvario para darla a conocer y hacerla amar, para darle culto, para levantarle un templo, para fundar una Congregación para ella y asilos de niños y niñas huérfanos, desgraciados, los mas infelices que en ningún centro benéfico admitían.

 

       Las cosas más notables que dijo en broma, pero que fueron proféticas, conviene decirlas aquí:

 

-       Dijo que aquella imagen pequeña tan despreciada haría muchos milagros y ante Ella se postrarían los más altos personajes y también Sacerdotes y Obispos pidiéndole favores mientras la grande bonita en que comenzó la devoción quedaría olvidada.

-       Dijo que a la puerta de su casa se pararían los más elegantes carruajes de sus devotos, que serían distinguidas personas de la alta aristocracia.

-       Que le levantaría un templo en el sitio más precioso y elegante de la Capital de México y le pondría soleras de oro y  brillantes. Exceptuando lo de las soleras de oro y brillantes, todo lo demás se cumplió con perfecta exactitud.

 

 COMO LE DIO CULTO A LA DIVINA INFANTITA LA SEÑORITA ARREVILLAGA

 

 Esta señorita no tenía medios para realizar la magna empresa pues era pobre. Pertenecía a la clase media; era muy sociable, muy fina y atenta en su trato con un atractivo y simpatía singulares. Tenía como dicen: “don de gentes”. Pero su posición social era muy modesta, su papá que era anciano, la dejó muy pequeñita; su mamá contrajo matrimonio en segundas nupcias con un gran Ingeniero, Don Francisco González Cosío. Este fue nombrado para dirigir la construcción del ferrocarril de Oaxaca al Sur de México y teniendo que vivir ahí muy distante de ella, les mandaba una cantidad mensual muy corta con la cual y algunos trabajos de relojería de la señora pasaban la vida en mucha estrechez, por lo que no podía ni comprar aceite para encenderle una lámpara a su Niña.

 

      Vistió la imagen, la llevó a bendecir y la tenía en su pobre casita que era el No. 7 de la calle Verde, muy distante del centro, en un arrabal, en el piso alto que tenía la casa. Lloraba amargamente de no poder comprar aceite y en su locura de amor dijo a la divina Infantita con toda sencillez: “ Mira Niña, no tengo para tu aceitito voy a decir que tu haces muchos milagros; que te pidan lo que quieran y me den para ponerte una lámpara y tú los haces”. Lo puso en práctica con los vecinos y con las personas que conocía e inmediatamente empezaron a pedirle favores llevándole aceite. Uno de los primeros o tal vez fue el primero, un hojalatero que vivía en la esquina de la casa, siempre que pasaba por la puerta Rosarito lo saludaba y un día le dijo: Hijito yo tengo una imagen muy milagrosa, si tiene usted alguna pena o quiere alcanzar algún favor, pídaselo a Ella y me da una botella de aceite para su lámpara. Pronto lo hizo el buen hombre, la divina Infantita le concedió el favor que le pidió y ya así fue su devoto que con frecuencia le llevaba aceite.

 

      Así se fue extendiendo la devoción, las peticiones se multiplicaban, la Niña concedía los favores, alcanzando justa fama de milagrosa, y la señorita Rosarito tuvo recursos para ir mejorando la estancia que fue la primera cuna de la Santa Imagen, en la cual Dios quiso  poner su dedo derramando por su mediación raudales de gracias y favores verdaderamente extraordinarios. Personas distinguidas de la aristocracia comenzaron a encomendarse a Ella, llegando a realizarse en poco tiempo, lo que en tono de broma dijo Rosarito a las monjas el día que le regalaron la imagencita, a saber: que la principal clientela de sus devotos sería de las personas más ricas y distinguidas de la crema de la sociedad. Que se postrarían ante aquella pequeña imagen, Sacerdotes y Obispos, que los coches más elegantes se pararían en su puerta, etc.

 

      En la mejor habitación que tenía aquel pobre pisito, una espaciosa sala, formó Rosarito un altar con cajones que compraba en las tiendas y los forraba de papel, los candeleros eran botellas forradas con papel de seda y flores por el mismo estilo. Los favores que la Niña hacía se multiplicaban; después comenzaron las personas aristócratas y entonces toda aquella pobreza de altar y adornos  se fueron  cambiando poco a poco en magníficos y ricos.  No tardó en tener una hermosa alfombra roja y una serie de elegantes biombos que rodeaban el altar. Quedó convertida una parte de aquella espaciosa sala  en un pequeño oratorio. Los devotos comenzaron a costear  lámparas fijas que ardían constantemente por su intención ante la Sagrada Imagen, unas con aceite de oliva y otras de ajonjolí. Estas lámparas (que siempre estaban limpísimas y bien atizadas) como eran de diferentes colores, daban un aspecto singular y una vista fantástica al altarcito; al verlo se sentía una emoción de alegría, devoción y profundo recogimiento inexplicable. Llegó a tener 50 lámparas  que después ya no estaban repartidas en las gradas del altar, sino en los candelabros elegantes de cristal y níquel, 25 en cada uno.   Los trajes de la Niña eran de ricas telas bordadas en oro, en seda, en plata, o pintadas, etc., e igualmente el ajuar de la camita la cual era de plata. Alhajas tenía tantas que podía cambiarlas al mudarle el traje. Para guardar todo esto le regalaron un ropero precioso  de madera fina con luna biselada.

      Por la locura de amor a la divina Infantita y crecido fervor de Rosarito, celebraban en aquella pobre sala los devotos, en su mayoría de la alta aristocracia, el mes de las flores, con devoción y solemnidad inusitadas, concurriendo numerosísimas personas; a pesar de ser en México en Mayo, muy frecuentes lluvias y aguaceros torrenciales.

      Ahí mismo la visitaban a menudo pidiéndole favores toda clase de personas, incluso estudiantes en tiempo de exámenes, muchas veces entraban de rodillas desde el corredor que conducía de la escalera a la sala.

 

      La novena y fiesta principal de la divina Infantita, (su Natividad el 8 de Septiembre), se celebraban en algunas de las mejores iglesias con lujo extraordinario y creciente fervor, predicando los mejores oradores y más notables de aquella época.

 

      Aquel altar, siempre tenía flores del tiempo, no corrientes sino de las mejores, sin faltar las rosas, pues era la flor predilecta de Rosarito para la Niña con intención de representar en ellas las Aves Marías del Rosario, devoción especialísima y característica de nuestra Congregación, por lo que se dice arriba: de haber nacido esta señorita por el rezo del rosario y amarlo y rezarlo ella desde la edad de tres años. Por esta misma razón, entre los números preferidos para la divina Infantita y de la Esclavitud, los principales son: el 10, el 15, y el 150, y el 8 por su nacimiento.

 

      Voy a referir un caso de amor y sencillez  encantador de Rosarito, en que se ve una patente manifestación de lo agradable que es a Dios  la devoción a su Santísima Madre pequeñita y el grado con que Ella aceptaba las demostraciones amorosas de su predilecta hija.

      Antes de tener recursos para comprar flores, un día, deseando con toda el alma adornar el altar con flores, tuvo esta idea singular: “Ya que no puedo comprar flores para mi Niña, voy al kiosco donde venden y hacen los ramos, aspiraré el perfume de las rosas, de los nardos, de los claveles, gardenias, etc., de todas las que haya ahora y todo ese aroma se lo traeré a mi Niña para que lo aspire Ella”. Esto pensó delante de la divina Infantita en medio de torrentes lágrimas, como siempre que hacía oración. Se levantó de ahí para poner en práctica su pensamiento inmediatamente. Hay que advertir que era mucha la distancia de la calle Verde al kiosco de las flores que estaba al bajar el atrio de la Catedral y ella tenía que ir andando porque no tenía para el tranvía. Se paseó despacio entre las flores dando varias vueltas alrededor de los puestos; simulando que iba a comprar alguno, lo tomaba en la mano para aspirar más de cerca el aroma, saturándose de él para llevarle mucho a su adorada Reinita. En seguida regresó a su casa para derramar todo aquel aroma y perfume que llevaba místicamente en su alma enamorada  a los pies de la divina Infantita en medio de sollozos amorosos. Era el medio día, se retiró a comer y a poco llamaron a la puerta. Es imposible expresar la sorpresa y emoción que experimentó cuando al abrir la puerta se encontró con dos criados de una de las devotas ricas que le enviaba a la divina Infantita los mejores ramos y cojines de gardenias que le habían regalado por ser día de su santo. Así manifestaban Ntro. Señor y su Reinita, el agrado y complacencia con que aceptaban aquel rasgo de sencillez infantil y locura de amor de Rosarito.

 

      Dios quería que la divina Infantita tuviera un templo, y para ello puso en el alma de esta señorita deseos vehementísimos de levantárselo. Qué empresa tan ardua, desde que le regalaron la imagen penso en que debía tenérselo y por eso dijo aquello, de que se lo haría de tal magnificencia que le pondría soleras de oro unidas con brillantes. Eso que entonces fue un simple decir en medio de transportes de amor en tono de broma, fue una verdadera profecía que se realizó a los 20 años más  o menos, excepto lo de las soleras de oro y junturas de brillantes.

 

      A fines del siglo pasado, Dios encendió más y más en ella aquellos ardientes deseos, y le urgía para que los realizara. Afligida al verse sin recursos ni medio alguno para emprender la obra, le lloraba a nuestro Señor en la oración y le pedía el terreno para fabricarlo con estas palabras:    

"Señor, dame un pedazo de tu mundo para hacerle un templo a la divina Infantita". Por supuesto que lo quería en el mejor y más elegante sitio de la Capital y así se lo dio nuestro Señor, moviendo el corazón de un señor muy rico, D. Romualdo Zamora y Duque, que se lo regaló en la esquina de la primera Avenida Morelos y calle Limantour.

 

      Pero antes de seguir la historia del templo, referiré una anécdota muy curiosa y extraordinaria: Cuando empezó Rosarito a sentir la voz de Dios que le urgía que le hiciera un templo, asustada de la empresa pensó con su sencillez característica, (el modo de que Dios esperara  por entonces y no siguiera dándole prisa para emprender la obra), Pensó así: "Voy a comprar un magnífico piano para la divina Infantita, tendré que pedir limosna para dar los abonos y nuestro Señor viéndome afligida ya no me dirá del templo, sino hasta que acabe de pagar el piano". Pero para asegurarse de que aquello no le desagradaba a Dios, le pidió que le diera a conocer su voluntad de este modo: "Si en el trayecto que hay que andar de mi casa (calle Verde) a la fábrica de pianos (C. De Zuleta) me encuentro 19 mariposas blancas será la señal de que él quiere y entraré a escoger el mejor piano que haya".

      Para entender lo extraordinario del caso, hay que saber algunas circunstancias: todas las calles que hay en el trayecto indicado, son muy transitadas por carruajes, personas, tranvías, etc., las casas no tienen jardines y sí hay mucho comercio. Todas estas condiciones no eran para encontrar mariposas blancas ni de ningún color, el caso es que Rosarito salió de su casa acompañada de una amiga que tocaba muy bien el piano y le ayudara a escoger el mejor que hubiera y le dijo su trato con nuestro Señor para conocer su voluntad, rogándole fuera atenta como ella a ver si encontraban las 19 mariposas blancas. A poco de andar encontraron la primera y siguieron encontrando  las demás hasta completar las 19 momentos antes de llegar a la fábrica. A ojo cerrado y sin vacilar, entraron y después de recorrer varios pianos eligieron el más caro, que era, el primer modelo que llegó a México, piano de tres pedales marca Stanvey (Estanguey).

 

      Empezó Rosarito a afligirse por los abonos, consiguiéndolos siempre hasta terminar el pago, ¿Cómo podía hacer esto, siendo tan pobre?  Tuvo que dar una fuerte cantidad al sacarlo y después abonos mensuales, no sé de cuánto, pero no podían ser menos de 25 pesos. Pues el modo con que hacía estas locuras y despergenios, juzgando humanamente era: Yéndose al Sagrario y sacando de su fervorísima  oración, en medio de torrentes lágrimas casi siempre, la luz de Dios para saber a qué persona y de qué modo le había de pedir la limosna que necesitaba.

 

      No consiguió de nuestro Señor lo que quería, valiéndose de aquel ardid amoroso, es decir, que no le urgiera para lo del templo, mirándola afligida con lo del pago del piano, sino que cada vez más encendía en su corazón el deseo de levantarlo y le repetía la petición de un pedazo de su mundo para construir el templo, hasta que se lo dio nuestro Señor, como dijimos antes, en la parte más elegante y preciosa de la Ciudad.

 

      Había que hacer la escritura de propiedad; se tenía que pagar al Estado una fuerte cantidad de derechos, también  pedir permiso al I. Sr. Arzobispo para edificar el templo, y tener un capitalazo para ello. Cuántos problemas y que difíciles para ella, que humanamente no contaba con nada ni nadie que hiciera cabeza en esta empresa. Pero contaba con Dios  y con su divina Infantita que eran su luz, su guía, su consuelo y su todo. Vamos a ver como se fueron resolviendo los difíciles problemas y las grandes dificultades.

 

      En primer lugar tenía la oposición de su mamá, que le decía que no emprendiera la obra del templo, ella como buena hija no la quería disgustar y desobedecer, pero teniendo plena seguridad de que Dios le inspiraba este pensamiento y vehemente deseo, no desistió, y con él desahogaba su alma afligida. Nuestro Señor, quiso esta primera dificultad.  Llamando hacia sí  a la buena señora, que de paso diré, que sufría mucho, porque padecía la horrible enfermedad de epilepsia, dándole frecuentemente fuertes ataques.

      Para escriturar el terreno pensó Rosarito que ella no tenía representación bastante para que en caso necesario, pudiera defender su propiedad, y discurrió que le hicieran la escritura a su confesor, que era Don Antonio Paredes, el cual aceptó, no sin manifestar contrariedad y tratándola con la seriedad, desabrimiento y dureza con que siempre la tratara. Al gobierno se le tenía que dar 3,000 pesos para pagar los derechos, y lo primero que consiguió a fuerza de oración fue: que por medio de la hija del presidente, devota de la divina Infantita, le perdonara 2,000 pesos. Tenía que buscar 1,000 y los consiguió de la misma manera: haciendo oración, dando muchos pasos y sufriendo incontables humillaciones, e igualmente el dinero que se necesitaba para hacer la escritura. Por fin se le hicieron a Don Antonio Paredes, resultando el dueño ante el gobierno, aunque el bien sabía que no lo era.

 

      Habiendo dado este primer paso, intentó el de pedir permiso al Excmo. Sr. Arzobispo Don Próspero Ma. Alarcón y Sánchez D ' la Barquera, el cual se lo negó con palabras duras y le dijo: "Cuando tenga reunidos 10,000 pesos, venga a pedir el permiso, pero te advierto que té prohibo pedir limosna; si con esa condición los reúnes, te daré la licencia". Rosarito lejos de desalentarse siguió su camino de humillaciones y sacrificios y sobre todo de oraciones, pidiendo luz a nuestro Señor, que no desoyó los ruegos y lágrimas de su predilecta hija, y la socorrió inspirando a las señoras ricas (que formaban la mayor parte de la clientela de la divina Infantita), reunir entre todas los 10,000 pesos que exigía el Sr. Arzobispo. Lo realizó de este modo: Hicieron una canastilla de tal calidad, equipo y elegancia que rifándola produjera dicha cantidad. Cuando estuvo terminada, con gran lujo por cierto y maravilloso primor, fue expuesta en los aparadores de una gran tienda de ropa, "La Sorpresa", que era una de las más elegantes. No tardaron mucho en venderse las papeletas de la rifa, que valían un peso; y como se trataba de cantidad tan alta, se le pidió  permiso al Gobernador y se hizo la rifa públicamente en el Salón Morisco de la Alameda por medio de un interventor.

      Una vez reunida la cantidad, fue Rosarito nuevamente a ver al Sr. Arzobispo el cual quedó atónito al saber que en tan poco tiempo había conseguido 10,000 pesos aquella señorita tan pobre.  Indudablemente que reconoció en esto la voluntad de Dios, y concedió el permiso inmediatamente, habiéndolo negado al principio y poniendo una condición que creyó insuperable, al alcance de Rosario.

      Había fondos para comenzar, y desde luego comenzó esta santa señorita organizando una preciosa ceremonia para colocar la primera piedra, que bendijo y colocó el mismo Señor Arzobispo, el día 15 de Enero de 1900.

 

      Comentaré la ceremonia: que invitó y a la que concurrió lo más selecto de la aristocracia, por lo que pudo haber alrededor de aquel terreno hasta 70 coches de librea (entonces no había automóviles). La ceremonia se hizo así: se formó una procesión en la que 100 niños representaban el rosario, distribuidos de 10 en 10 niñas y un niño en el intermedio, representando ellas las Aves Marías y ellos los Padrenuestro, detrás iban 60 señores, por los 60 versos de la Letanía. Rezándolo, llegaron al sitio donde debía colocarse la primera piedra y a esa misma hora se celebraron Misas en todas las Iglesias por esa intención. El palustre con que se hizo la ceremonia era de plata.

 

      En el hueco de los cimientos en donde colocó la primera piedra, Rosarito hizo que se depositaran los nombres de las personas devotas que contribuían para la edificación del templo, escritos en papelitos encerrados en frasquitos de cristal. (el suyo no lo puso). Se repartieron recordatorios muy bonitos. Un gran Ingeniero hizo el plano y empezó a dirigir la obra. El Sr. Don Antonio Paredes, haciendo su papel de dueño, estregaba el jornal, o la raya (como se dice en México) de 200 pesos. Por supuesto que el fingido dueño no hacía más que recibir de la verdadera dueña el dinero y entregarlo a los operarios. Le había dicho este señor a Rosario: "Ya sabes que yo no me he de preocupar por nada, tú vez lo que haces y a mí me entregas el dinero con tiempo, porque si no  pararé la obra inmediatamente".

      Los 10,000 poco duraron, pues cuando llevaban los muros algo más de un metro sobre los cimientos, ya se habían gastado. Pero la santa enamorada de la divina Infantita no se rendía, sino que acudía a la oración, y con la acostumbrada sencillez y gigante fe, le pedía a nuestro Señor luz para saber el modo de adquirir cuanto necesitaba para terminar la ardua empresa. Dios le inspiró que formara una asociación muy bien organizada. No recuerdo los formales estatutos que la regían, el caso es que se componía de celadoras primarias, celadoras secundarias y socios. Cada primaria tenía 10 secundarias y cada secundaria 10 socios que tenían obligación de dar 10 centavos cada mes, resultando de cada secundaria un peso que juntaba cada mes, cosa fácil, y cada primaria 10 pesos con la misma facilidad reunidos.

 

      La gran dificultad para conseguir socios o socias y celadoras, era importante, pero la que todo lo conseguía a fuerza de dar pasos y recibir humillaciones y desprecios, era Rosarito, la loca de amor por la Niña, a quien todo sacrificio le parecía poco para llegar a terminar el templo para su tesoro.

Buscaba las socias, que serían pobres, de clase media, después a alguna de las señoras devotas les rogaba que fueran celadoras secundarias, lo cual pronto aceptaban puesto que les entregaba ya la lista de socios; lo mismo hacía con las primarias, pues les entregaba sus 10 celadoras secundarias que ya tenían socios. Por tanto las señoritas sólo hacían el sacrificio de cobrar cada mes 10 monedas que entregaban a Rosarito, y la que hacía todo era ella, sufriendo física y moralmente, lo que sólo Dios y ella saben. Por supuesto que los fondos que por este medio conseguían, a pesar de ser una poderosa ayuda, no eran suficientes, ni mucho menos para el costo de materiales y mano de obra; por lo que siempre estaba afligida Rosarito y pidiendo a la divina  Infantita que la socorriera, y Ella que jamás desoía los ruegos de su enamorada, multiplicaba los favores y milagros entre sus devotos que agradecidos daban cuantiosas limosnas.

 

      Una vez Rosarito muy atribulada porque ya era  viernes y no tenía el importe del jornal para el sábado, se le ocurrió hacerle esta petición a la Niña: "Divina Infantita, enferma al hijo de un rico". Y como la Niña sabía cual era el objeto de tal petición se lo concedió. Se presentó a poco una persona muy afligida rogándole que llevaran a la divina Infantita a la casa de una de las devotas ricas, para pedirle la gracia de que aliviara a un niño que se le había puesto grave repentinamente, y estaban los papás inconsolables. Como se había corrido la fama de que Rosarito atinaba cuando el enfermo se aliviaba o se moría, le preguntaban con insistencia cuando llevó la imagen: "Rosarito, se aliviará el niño", y ella riéndose interiormente les aseguró que se aliviaría. (Ya lo creo, como que sabía porqué se había enfermado). Terminó la hora de rezo en la casa del enfermo y se despidió consolando a los papás y llenándolos de esperanzas. Estos dieron una limosna (me parece que fueron 1,000 pesos), más que suficiente para pagar el sábado a los operarios.

 

      La obra continuaba, nunca tuvo que pararse por falta de recursos; se estaba edificando con piedra chiluca, los muros tenían de grueso más de un metro; cuando llevaba de alto, poco más de 4 metros, ya se había gastado 40,000 pesos.

 

      Aquí refiero otro rasgo de sencillez de Rosarito, en que se ve el delirio de su amor por la divina Infantita: la gustaba ir a dar alguna vuelta alrededor de la obra para preguntar a los albañiles con su acostumbrada amabilidad: "Hijitos, ¿para qué va a ser este edificio que están ustedes haciendo?", aquellos hombres no sabían quien era aquella señorita y le contestaban: "Va a ser una Iglesia para la divina Infantita", eso era lo que ella quería oír, pues sentía gran alegría y regocijo en su alma al oír decir: DIVINA INFANTITA.

 

 

 

      Al mismo tiempo que se iba edificando el templo material, echaba nuestro Señor las raíces del templo espiritual, o sea nuestra bendita esclavitud: que nacida en el alma de nuestro venerado padrecito el 28 de Abril de 1895, comenzó a germinar uniendo las almas de él y de la señorita Arrevillaga a fines del siglo pasado y a principios de este. Como dijimos, la primera piedra del templo se colocó el día 15 de Enero de 1900;  El 15 de Noviembre de ese mismo año comenzó el asilo, estando aún en la calle Verde No. 7 y la Congregación el 23 de Febrero de 1901 con la aprobación del Excmo. Sr. Obispo.

 

      Rosarito no fue de las primeras que tomó el uniforme este día, pero el día del Sagrado Corazón de Jesús de ese año, el 14 de Junio, Dios le dio la vocación de un modo extraordinario. Ese día comulgó en la Iglesia de profesa y en ese momento sintió el deseo vehementísimo de ser Esclava en medio de efluvios de amor y torrentes de lágrimas.

 

      No pudiendo resistir las ansias con que Dios la impulsaba, pasó a la Iglesia de san Felipe de Jesús, muy próxima a la de la profesa, en la cual residía con los Operarios Diocesanos nuestro Padre Fundador. Le mandó llamar y se quedó esperando en el recibidor, bajó a poco, y apenas entró, ella se echó a sus pies bañada en llanto y le rogó le concediera el uniforme  de postulante de las Esclavas; él, inundado de consuelo y alegría exclamó "Ya nació la Esclavitud", y juntos rezaron el Magnificat en acción de gracias.  Seis meses duró solamente el postulantado de Rosarito, pues el 8 de Diciembre del mismo año 1901, tomó el santo hábito; pero ya no en la pobrecita casa de la calle Verde, sino en otra muy superior en la calle Sta. María de Rivera, pues era grande y muy bonita. Las niñas del asilo habían aumentado mucho y seguían aumentando cada día más. La ceremonia de toma de hábito fue en el oratorio casi privadamente, pues nuestro padre había salido fuera a predicar y tenía que regresar ese día por la tarde; pero el tren se retrasó muchísimo,  y por esa causa, Para que no pasara de ese hermoso día de la Inmaculada, se verificó a las 11 de la noche la ceremonia.

 

      El 31 de Mayo de 1902, fue la solemne profesión de Rosarito, para la cual nuestro Señor le había preparado un verdadero palacio en la ciudad de Tacubaya, calle del Calvario No. 206. El oratorio se estrenó ese día, la casa se adornó primorosamente con guirnaldas de exquisitas  flores, colocadas con gusto y elegancia; todo respiraba alegría, devoción y felicidad indescriptibles. A las 11  aproximadamente estaban ya reunidos los Sacerdotes en aquella elegante casa, junto con los profesores del Conservatorio de música y cantores,  las madrinas  que eran de las señoras más distinguidas, y demás invitados; dándose principio a la solemne Misa celebrada por nuestro venerado padrecito, que presidió la ceremonia y recibió sus votos. Nuestra venerada madrecita estuvo verdaderamente endiosada durante la Misa, y con voz clara, arrobadora devoción y profundísimo recogimiento, pronunció sus votos al ir a recibir la Sagrada Comunión. Los que la vieron dicen que parecía una imagen. Vestía hábito blanco de moare bordado de oro e igualmente el manto que desde la cabeza, ceñido con diadema de plata, la cubría hasta abajo.

 

      Prosigo la historia del templo.  No por ser postulante, ni novicia, ni profesa, dejó Rosarito de proveer a la edificación del templo, el cual en esta fecha: 31 de Mayo de 1902, llevaba de altura 4 metros, como se dijo antes. Hasta entonces había dirigido la obra el Sr. Ingeniero Torres Anzorena.  Al unirse nuestros padres para comenzar la Congregación, antes de continuar los trabajos a cargo de nuestro venerado padrecito se tuvo que hacer una nueva escritura a nombre de la ahora religiosa; de no haberlo hecho así, hubiera aparecido como dueño del templo el Sr. que poseía la escritura del terreno. Al dar este paso  se suscitaron nuevas dificultades; pero los padres a fuerza de oraciones a la divina Infantita y al Sr. San José, alcanzaron la gracia de recoger la escritura el 19 de Marzo de 1903. Salvada esta dificultad se continuó la obra poniéndose al frente nuestro padre, bajo la dirección del Ing. Don Emilio Dondé.

 

 

 

 

      Se terminó la graciosa y elegante Iglesita el 29 de Agosto de ese mismo año, y ese día fue solamente bendecida la Sagrada Imagen que estaba en la casa del Noviciado, primer nido de la Esclavitud, en la ciudad de Tacubaya,  en una bonita habitación propiamente decorada para oratorio. Ahí  la  visitaban sus devotos mientras terminó la construcción del templo. El día 30 fue trasladada a él, la Excelsa Reina de nuestros amores. Para trasladarla ofrecieron sus coches dos de las más ricas familias de México: Escandón y Pasquel. Iban elegantemente adornados con azahares, gasas y lazos. Cada mitad del camino fue Ella en uno de los coches, en los brazos de su loca enamorada. Iban acompañándola unas niñitas del asilo vestidas de blanco, acabando de hacer su primera Comunión, y esta servidora que estaba de postulante, en el otro iba otra postulante, la que más tarde fue la M. Rosa María, con varias niñas. (Todavía no había profesas, estaban encerradas las primeras Novicias). Durante el trayecto de Tacubaya a México, fueron oyendo una música muy bonita, tan clara como si los músicos hubieran ido en el coche que las acompañaba. Al llegar ya estaba el templo precioso como un ascua de oro, espléndidamente iluminado con elegancia y sencillez.

      Las autoridades Eclesiásticas y numeroso Clero, salieron a recibir la Sagrada Imagencita bajo Palio, para introducirla en su hermoso Camarín.

 

 

                "Sacado del manual de temas de los grupos de Esclavitud Mariana"